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Medicina de espíritu

La atención que médicos árabes dedican al café evidencia que la bebida se había extendido por la civilización musulmana ya antes del siglo IX y que fueron las peregrinaciones mahometanas las que contribuyeron a difundir su consumo en Oriente próximo. Extrañamente no llegó a Al-Andalus, pues no hay ninguna alusión en los escritos de los médicos y estudiosos andalusíes.

Los primeros cafés -tienda y lugar de degustación- aparecen a finales del siglo XIV en La Meca. Esto supone un nuevo concepto de reunión social, ya que a la satisfacción que implica tener una bebida estimulante se añade el gusto por la tertulia, el intercambio de noticias y el encuentro entre personas desconocidas. Los peregrinos que acudían a La Meca enseguida se aficionaron a este inocente placer y comenzaron a descuidar sus deberes religiosos. Esto provocó que un gobernador déspota y ambicioso proclamara que beber café contravenía los mandamientos del Corán y dictara su prohibición. Los disturbios no tardaron en llegar y en El Cairo se reunió un consejo de sabios y teólogos que desautorizaron al gobernador y proclamaron que ninguna disposición coránica prohibía el consumo de tan reconfortante bebida. Nacían así los cafés como un espacio en que se unían la libertad de pensamiento y el placer gastronómico. En El Cairo la primera cafetería de la que hay testimonios escritos se abrió en 1510, pero hay historiadores que hablan de “casas de café” a mitad del siglo XV. La moda del café pasó de Egipto a la antigua Constantinopla bizantina, convertida en 1453 en la turca Estambul. El “oro pardo” se convirtió en la bebida oficial del imperio otomano, aunque su consumo fue prohibido en numerosas ocasiones. El esplendor de los cafés turcos donde se ofrecían actuaciones y entretenimientos a mediados del siglo XVI quedó recogido en los cuadernos de viaje de un aventurero francés llamado Thévenot: “Son lugares a los que pueden entrar toda clase de personas, sin distinción de religiones ni de rango social. No da la menor vergüenza penetrar en ellos o quedarse en la puerta para ver pasar a los viandantes. En estos kahvehanés hay violinistas, flautistas y otros músicos que con su arte atraen a la clientela”. De la importancia que el café alcanzó en la sociedad turca da idea el hecho de que negar el café a la esposa fuera motivo de divorcio, pues los hombres prometían a sus mujeres que nunca les faltaría.

A Europa el café llegó como una bebida placentera, reconfortante y estimulante, de cuya existencia apenas dejaron constancia los médicos, ya que hasta tiempos recientes se pasaron por alto sus cualidades terapéuticas, pero de la que escribieron y gozaron mucho los intelectuales.

Esto equivale a reconocerle una cierta capacidad salutífera del espíritu. Es muy curioso observar que el estudioso W.H. Uckers señala que el café ha desatado libertades y engendrado revoluciones: “Es quizá la bebida más radical, cuya función parece haber sido la de incitar al pueblo a pensar. Y cuando este pueblo comienza a pensar, este ejercicio es peligroso para los tiranos y los enemigos de la libertad”.

A Voltaire, que fue un gran bebedor de café, se le atribuye la frase “el café puede que sea un veneno, pero debe actuar de forma muy lenta porque hace 85 años que lo tomo y me siento muy bien”; afirmación cargada de ironía ya que el filósofo y escritor francés amaba la bebida hasta el punto de que el gastrónomo Brillat-Savarin se preguntaba si no habría que atribuir al café “la claridad admirable que se observaba en las obras de Voltaire”. Del mismo modo Paul Valery ve en el café el producto que le mantiene despierto y aviva su ingenio; de Voltarie escribió: “es el hombre de ingenio por excelencia; el más agudo de los humanos, el más vivo, el más despierto. Todos los demás, a su lado, parecen dormir o soñar despiertos”.

Hoy sabemos que esta percepción tiene una base científica, ya que uno de los alcaloides (compuestos orgánicos nitrogenados que se extraen de los vegetales; son principios activos de las plantas muy utilizados en medicina) del café, la cafeína, actúa sobre el sistema nervioso central. También Honorè de Balzac, que fue un cafetero ilustre, dejó constancia de cómo el café le ayudó a escribir su Comedia Humana, bebiendo más de sesenta tazas al día: “y el papel se cubre de tinta, pues la vigilia comienza y termina con torrentes de agua negra…”. Se sabe que el sibarita de Honorè era capaz de cruzar París para encontrar un café a su gusto, estando entre sus favoritas las variedades Burbon, Martinica y Moka.

Tayllerand, político e intelectual francés de la época de la Revolución, es autor de una de las más hermosas definiciones de esta bebida: “El café debe ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como el ángel y dulce como el amor”; si bien hay quien sostiene que no es más que una adaptación del proverbio turco que dice “el café debe ser negro como el infierno, fuerte como la muerte, dulce como el amor”. También los poetas han cantado al café. Para José Martí era el “fuego suave sin llama que alegra todas mis venas”; Gómez de la Serna le dedicó una de sus fantasmagorías y Valle Inclán, además de glosarlo, lo bebía tan caliente que presumía de ser un faquir. En un contexto algo más frívolo, Madame Pompadour recomendaba beber “champán en la sala y café cuando estés con tu amante”.

Las alusiones al café son reiteradas en la literatura, la pintura, el cine o la fotografía, pues raro es el artista que no se ha sentido atraído por él en algún sentido. Flaubert en Diccionario de los lugares comunes escribe: “Café. Aguza el ingenio. No es bueno si no viene de El Havre. En una cena de gala se debe tomar de pie. Degustarlo sin azúcar es una actitud muy elegante que hace pensar que se ha vivido en Oriente”.

Desde el siglo XVIII, cuando en Europa se generaliza el consumo de “el vino de los árabes”, los cafés, considerados como espacio físico, se convierten en pabellones que contribuyen en cierto sentido a mantener la buena salud mental de la sociedad, favoreciendo el derecho de expresión, el diálogo y el intercambio de ideas. Gran parte de las revoluciones políticas, sociales o artísticas que impulsaron el progreso en Occidente se gestaron en los viejos y entrañables cafés europeos, desde Viena a Madrid.

Fue en la capital austriaca donde se abrió al público el primer café europeo con el nombre de Die blaue flasche; a mediados del XVIII la ciudad estaba repleta de cafés en los que se saboreaba la bebida y se leía el periódico. En París, fue un armenio de nombre Pascal quien promovió la apertura en 1672 del primer establecimiento en que se vendió café: un puesto de la feria de Saint Germain. Pero sin duda el más famoso de los cafés parisinos -aún hoy en funcionamiento- fue el Procope, abierto por Francesco Procopio, siciliano de origen y mozo de Pascal. En el siglo XVIII había censados unos 800 cafés en la ciudad de la luz. Las tabernas fueron siendo desplazadas por el éxito de los cafés en Italia, Alemania y Portugal, donde el café procedía de Brasil y era barato.

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Medicina del cuerpo

El café se cultivaba en Yemen en el siglo VI, pero hasta el siglo XII no comenzaron a tostarse los granos y hacerse con ellos algo parecido a la bebida que hoy conocemos. Primero el brebaje se obtuvo por decocción y posteriormente por infusión.

Con todo, en la historia del café tuvo mucho que ver un personaje llamado Ali bin Omar al Shadhilly, patrón de los cafeteros árabes, quien en Argelia prestó su nombre a la semilla y a la bebida, que se conoce en la lengua local como “shadhiliye”.

Según cuentan, este hombre fue desterrado a las montañas por comportarse mal con la hija del rey. Allí comenzó a cocer unas bayas en agua y con esta infusión logró curar una epidemia que asolaba la región, lo que le valió el perdón. Esta anécdota pone de relieve la importancia que el café tuvo como medicina en el mundo árabe, donde antes que como bebida se utilizó como remedio terapéutico, un aspecto olvidado durante siglos que se está recuperando en las últimas décadas.

El primer texto histórico completo que se conserva sobre el café fue escrito por Abu Bakr Muhammad ben Zakiriyya al Razi, un médico persa que tuvo una enorme influencia en su época. Su obra fue conocida por todos los sabios europeos del medioevo, que lo consideraban un príncipe de la medicina. Este seguidor de Hipócrates describe en su obra Introducción al arte de la medicina una planta y un grano que sin duda son los del café. Razi lo llama “bunchu” y le atribuye propiedades estimulantes y contra la melancolía.

También encontramos referencias al café en los escritos de Avicena dos siglos después. En su Canon aparece una descripción mucho más completa: “es una especie de semilla de color amarillo limón, que tiene un diferente aroma; su infusión fortifica los miembros, limpia el cutis, saca los humores malignos y da un aroma particular a todo el cuerpo”. Pocos elogios tan completos se han escrito del café. Entre 1581 y 1585 el doctor italiano Prospero Alpino viajó por Egipto y la experiencia del viaje quedó plasmada en el Libro de la medicina de los egipcios, donde describe cómo la bebida, muy común en todo el país “calienta el estómago y les infunde fuerzas. Otros han comprobado que suprime la obstrucción de vísceras. Es un remedio inmediato para provocar las reglas en la mujeres”. También explica cómo se realiza la decocción para obtener la bebida, que, tal y como relata, se bebe siempre muy caliente “y es muy buena para el estómago”. A él se deben las primeras noticias científicas que sobre la planta y la bebida que llegaron a Europa. Uno de los pocos documentos antiguos de científicos europeos que hacen referencia al café es un tratado anónimo que aparece en Lyon en 1671, cuya autoría se atribuye a Jacob Spon. En él se especifican todas las cualidades de la nueva bebida “deseca todo humor frío y húmedo, expulsa los vientos, fortifica el hígado, alivia los hidrópicos por su naturaleza purificadora; resulta excelente contra la sarna y la corrupción de la sangre, refresca el corazón, alivia a los que tienen dolores de estómago y a los que han perdido el apetito (…) resulta excelente para el ahogo de los catarros que atacan el pulmón, los dolores de riñón y las lombrices y es un alivio extraordinario después de haber comido o bebido en exceso”. Una de las desgracias que la literatura y la mitología han atribuido al café era la de provocar la impotencia o la falta de apetito sexual en las mujeres, falsas acusaciones que la medicina moderna ha desenmascarado puesto que el café actúa como estimulante y no como sedante.

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Los cuidados del café

Después de muchos años he aprendido que el buen café debe mimarse como el pescado fresco o las frutas. Todas las semanas recibo en mi casa por parte de un tostador de prestigio, un paquete de café de 2 kilogramos recién tostado. Café de Colombia de tueste natural, por supuesto, y de la variedad Arábica.

La bolsa la guardo en la nevera cuidadosamente cerrada para que los granos no se oxiden con el calor, ni pierdan su fragancia con el paso de los días. Apelo a los buenos hosteleros, a los propietarios de bares y a los camareros para que no caigan en la tentación u olvido de colocar el paquete de café recién utilizado encima de las cafeteras industriales, donde tienen que soportar el calor que desprende la propia máquina, además del de otros cacharros incluidas las cocinas próximas. Todo suma y todo resta, también en el café.

Cada mañana o después de comer – todo depende – preparo cafés distintos. De entrada, muelo en el momento la cantidad requerida y luego lo elaboro a capricho según las circunstancias. En los últimos años se ha ido imponiendo el café molido, supongo que por una cuestión de comodidad, y ya somos pocos los que compramos el café en grano. Es cierto que los actuales envases al vacío preservan la calidad, pero en mi opinión no hay nada como moler el café en casa segundos antes de la extracción para disfrutar con plenitud de los aromas de una taza de café.

Tampoco la molienda debe ser siempre la misma. Para obtener un café expreso hay que molerlo finamente y utilizar una cafetera a presión. Para los cafés preparados en cafeteras de filtro o émbolo la molienda debe ser más gruesa. A mí me basta con el empleo de un molinillo doméstico para obtener el grosor adecuado.

Por supuesto, una vez extraído, el café no debe guardarse ni recalentarse. Hay que consumirlo en el momento para poder apreciar su aroma y su sabor.

Fuente: Café y estilo de vida saludable.

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El arte de la preparación del café

Para quien disfruta con el café, tan importante como la selección de una buena mezcla es la elección del método de preparación, ya que de ella dependerá el grado de molturación del grano de café. El triturado grueso es idóneo para las cafeteras de émbolo; más fino, molido del tamaño de los cristales de azúcar es perfecto para las cafeteras express, tipo italiana, mientras que en polvo conviene a las de filtro de papel.

La calidad del agua es un factor esencial a la hora lograr un buen café, por eso en ocasiones es imprescindible utilizar agua mineral. Con aguas muy calcáreas o excesivamente cloradas nunca se conseguirá un café excelente. Nunca debe hervir al entrar en contacto con el café, 90-95oC son suficientes. El arte de preparar un buen café fue recogido por primera vez en castellano en el libro del confitero Juan de la Mata, Arte de repostería, publicado en 1747.

La explicación incluye la selección del grano, el tueste, la molienda y la preparación de la bebida, que se detalla así: “su uso para bebida es hacer hervir media azumbre de agua en una cafetera de plata, cobre o barro: después que haya dado un par de hervores, se aumentará de tres cucharadas de café en polvo que compondrá hasta la cantidad de dos onzas, y mezclado bien con el agua, que no rebose, con lo que se apartará del fuego y se dejará posar. Si hubiere mucha prisa, se echará una pequeña cucharada de agua fría para que más pronto reposen las heces; y después de haber reposado se echará en las tazas, echando cada uno a medida de su gusto el azúcar quebrantado. Úsase de también de la leche, echando ésta como de la de agua de café al tiempo de tomar”.

En la actualidad las cafeteras evitan hervir el café y las más utilizadas son: la moka o italiana, de la que se obtiene un café fuerte, con pocos aromas y un ligero gusto a quemado; la de émbolo, en la que el café molido se mezcla con el agua caliente y un émbolo comprime el líquido dejando pasar la infusión a la parte superior y manteniendo el poso en el fondo. Este sistema se utiliza mucho en las catas de café ya que el líquido que se obtiene conserva todos los aromas del café. La de filtro también proporciona cafés muy aromáticos.

El expreso es una infusión de extracto concentrado y cremoso, de origen italiano pero muy popular en España. Para prepararlo se aplican 30 centilitros de agua caliente (90oC) a presión (9 atmosferas) sobre el café (7 gramos) durante 30 segundos. Cuanto más se alargue el tiempo de extracción, menor será la calidad del café, ya que es en los primeros segundos cuando se consigue el mejor sabor y los aromas más finos. Del expreso deriva uno de los cafés más sofisticados y difíciles de elaborar: el capuccino, pasión y obsesión de no pocos gourmets.

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Aroma y sabor

Ni todos los cafés son de la misma clase, ni ofrecen sabores homogéneos. Existen los de mucho cuerpo, untuosos y de gusto achocolatado junto a otros neutros y ligeramente acres; los hay afrutados, ligeramente ácidos, al lado de los equilibrados y perfumados.

El cuerpo, la acidez y el aroma son los rasgos organolépticos que definen la categoría de una mezcla. La sensación de plenitud en boca, el buquet, es extraordinariamente importante.

Los cafés de Centroamérica presentan un punto de acidez y un perfume afrutado. Los de Kenia están en la misma línea y resultan excelentes en las mezclas ya que dan buen cuerpo. El Moka etíope aporta acidez suficiente y un toque de dulzor. Los Robusta, principalmente de Indonesia y Vietnam, son cafés con mucho cuerpo pero que carecen de acidez, por lo que es imprescindible mezclarlos para conseguir resultados agradables en boca.

Entre los mejores cafés del mundo hay que destacar el de Colombia, ya que todas la variedades que se cultivan son de la especie Arábica y de gran calidad. Destaca el Medellín por su intenso sabor. Los de Costa Rica también son Arábica, de sabor intenso, pero suave y con más cuerpo que los colombianos. Guatemala produce excelentes cafés Arábica, como el de la variedad Antigua, ligero y muy aromático. En Brasil, mayor productor del mundo, destaca el Bourbon Santos, y en Jamaica, con una superficie pequeñísima dedicada al cultivo del café se produce, el mítico Blue Mountain, de aroma delicado, dulce y maduro. Los cafés de Puerto Rico son de gran calidad pero, como la producción es escasa, no se exportan. Otros países con granos de calidad son Venezuela, República Dominicana, Nicaragua y México, cuyas variedades tienen un aroma extraordinario y una acidez marcada.

En África son famosos los Moka etíopes, afrutados, ligeramente dulces y ácidos y muy aromáticos, y Kenia AA, que son suaves y muy agradables. En la mayoría de los países africanos se cultivan variedades Robusta. En India destaca el Mysore, intenso y fuerte con buen cuerpo. En Hawai hay una pequeña producción del excelente Kona y en Indonesia, además de muchas toneladas de Robusta, se produce un café insólito: el Kopi Luwak, el café más caro del mundo, que se cotiza a más de 1.000 €/kg. Se recolecta escar- bando en los excrementos de la civeta musang (Paradoxux hermafrodites), un mamífero que habita en las plantaciones de café del sureste asiático, que se alimenta de pequeños animalillos y bayas de café maduras. Al pasar por su aparato digestivo las semillas se despulpan y los granos fermentan al entrar en contacto con las enzimas del estómago, por eso su sabor es más concentrado. Después de excretados, los granos se recolectan y se lavan meticulosamente, se dejan secar y se tuestan como cualquier otro café. Se trata de semillas de la variedad Robusta cuyo sabor es astringente y algo amargo, nada convencional. Muy pocos de los que hablan de él lo han probado. Jack Nicholson lo bebía compulsivamente en la película Ahora o nunca.

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¿A qué huele el café?

Para muchos, el aroma que desprende un café recién hecho es uno de los mayores placeres de la vida. Un equipo de investigación de la Universidad de la Laguna (Tenerife) ha ideado una nueva técnica que les permite analizar los volátiles del grano de café. Y este café, ¿a qué huele?

El aroma es muy difícil de determinar, puesto que son miles los compuestos volátiles que lo definen. La nueva técnica desarrollada por este grupo de investigación permite analizar el aroma del café mediante cromatografía. Según una de las investigadoras que han participado en el proyecto, gracias a esta nueva técnica se pueden determinar hasta más de 3.000 compuestos volátiles.

¿Cómo se determinan esos compuestos?

Una de las técnicas con más éxito en química analítica es la microextracción en fase sólida. Consiste en utilizar una microfibra de un material extractante de pocos micrómetros de espesor, y colocarla sobre el grano de café durante un cierto tiempo a una temperatura determinada. De esta manera se pueden conocer los compuestos volátiles que definen a ese grano de café.

El tipo de grano de café, su origen, proceso de almacenamiento, así como el tiempo, tipo y temperatura de tostado, son algunas de las variables que pueden modificar sustancialmente el número y tipo de volátiles de un café.

Mientras se determina exactamente a qué huele, seguiremos disfrutando de su aroma, que a pocos deja indiferentes.

 

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Día del Café – Barcelona 2019



Qhacer? Qhacer?

Aroma de Café es una iniciativa promovida por la Asociación Española del Café (AECafé), antigua Federación Española del Café (FEC), en donde la gastronomía y el café caminan de la mano. Nuestro objetivo es difundir información actual sobre el café en el mundo gourmet y de la cocina.

En Aroma de Café, además queremos contribuir como espacio de encuentro para profesionales de la hostelería o baristas, y ,en general, para cualquier persona u organismo que esté interesado en promover y difundir la cultura del café.