Las manchas de café, esas con las que muchos lidiamos cada mañana. Unas veces atrapadas por despiste en las hojas que adornan nuestra mesa de oficina. Otras veces, impregnando para siempre las páginas de algún interesante libro. A veces, insinuadas en la bandeja del desayuno que tras un torpe tambaleo por fin llega a la cama. Tatuadas en el mantel como si de una marca registrada se tratara. Como recuerdo en una servilleta testigo de aquella conversación. Oh, manchas de café. Según se mire, unas veces tan odiadas, otras tan anheladas. Y para algunos, la excusa perfecta para poner en funcionamiento el proceso de creación. Como es el caso del artista Stefan Hingûkk.
Un día, estaba Stefan tomando su café cuando se le derramó. Lejos del enfado propio del despiste, miró detenidamente la hoja. En ella aparecía la silueta de un monstruo. Apenas necesitó deslizar su lápiz y desdibujar un par de líneas para darle vida propia a la mancha cafetera. Y desde entonces, monstruos de todo tipo aparecen, como por arte de magia, en sus despistados o delicados, derrames de café.
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